Hoy publico mi primer post aquí, después de muchísimos años sin escribir. Quiero arrancar hablando sobre nuestro trabajo como tarjeta de presentación.

Conoces a alguien nuevo y automáticamente: “Y tú, ¿qué haces?”

Esos minutos se vuelven una especie de batalla de espadas para ver quién dice algo más interesante. Y, claro, como tu trabajo es la única información que la persona de enfrente tiene de ti, se vuelve tu identidad. “Ah sí, Daniela, la que trabaja en ____”.

Qué difícil es esa competencia. Y qué difícil se ha vuelto salirnos de ese círculo que, al final, termina haciéndonos sentir justo eso: no importa qué tan desarrollada tenga mi vida, si a la hora de “la presentación” no puedo decir algo wow desde el frente laboral, no valgo lo que quisiera en ojos de otros.

“Mis amigos/as son gerentes, ¿cómo voy a decir que yo soy coordinador/a?” (frase real de una asesoría).

Creo que hay un punto en la vida en el que descubres esto, lo interiorizas y nunca más lo olvidas. Para mí, fue hace unos años, en un almuerzo de trabajo (imagínate…), cuando una jefa dijo:

“No soporto más este trabajo, pero ¿qué voy a hacer si no trabajo aquí? No soy nadie sin este rol.”

Todos lo pensábamos, pero nadie lo había verbalizado… y menos nuestra jefa.

Ese día se grabó en mi cabeza. Ese fue “mi día”. Me acuerdo que pensé: nunca quisiera ser yo esa jefa. Ver que soy TANTO un rol, que ahora soy SOLO ese rol. Y ya no era un tema solo social, de presentarme, sino de saber que quien soy depende de otro, de una empresa, de que no cambie un jefe y me despida, de una compañía que no haga un layoff y me deje afuera, no solo sin trabajo, sino sin identidad.

Si te defines solo por tu trabajo, ¿quién vas a ser cuando ya no estés en él?

Hoy quiero ser ese momento para ti. El que te haga notar que eres más que tu trabajo, desde el lado de identidad, y que debes ser más que tu trabajo, desde el lado económico.

Mi recomendación: cuestiona en qué inviertes tu tiempo. Sé que es difícil, porque pasamos, con suerte, 8 horas al día en el trabajo. Pero para abrirte “espacios”, cuestiona cómo son esas 8 horas. Hay días de entregar 100%, claro, pero otros deben ser de 70%, de 40%, y está bien.

Gestionar tu energía, manejar expectativas y decidir dónde pones tu esfuerzo es inteligencia, no flojera. Te permite sostenerte y abrir espacios para otras cosas que te construyen.

Les doy un ejemplo: yo amo mi trabajo (en otro post les hablo de este aterrizaje en Amazon…), pero también cierro la computadora en el segundo en el que alguien de mi familia me llama, sea la hora que sea, amo tomarme una cerveza con mi esposo en algunas tardes de verano, bailo con mis hijos cada vez que puedo y armamos castillos con imanes.

Nada de eso me paga el alquiler ni la ida a Disney, pero todo me da vida.

Hoy, en este primer post, quiero invitarte a preguntarte y responderte realmente (no leas por leer, porfa, párate 15 segundos en cada pregunta):

  • ¿Quién eres el domingo en la mesa con tu familia, cuando no importa tu cargo?
  • ¿Qué parte de ti estás dejando para después, solo porque “no es productiva”?
  • ¿Qué harías hoy si nadie te pidiera resultados, solo “estar”?
  • ¿Qué haces cuando estás en crisis y necesitas respirar? ¿Por qué lo haces solo en crisis?

Al final, como decía mi papá, la meta no es ser la viejita con la mejor silla de ruedas. La meta es vivir una vida que se sienta tuya.

Porque no viniste a este mundo solo a trabajar. Viniste a vivir.

Gracias por leerme. Espero reencontrarnos todas las semanas.

Daniela